1.12.2019

18 tesis sobre Marxismo y liberación animal

We are very happy to announce that our 18 Theses on Marxism and Animal Liberation are now availabe in Spanish! The Spanish translation was first published in the Revista Latinoamericana de Estudios Críticos Animales (AÑO VI - VOLUMEN II).

We would like to thank the Revista Latinoamericana de Estudios Críticos Animales in general and Cecilia Godino, Xiana Vázquez and Andrés Caicedo Salcedo in particular for the translation. We hope that it facilitates the discussion between Marxists and animal liberationists in the Spanish-speaking parts of the world.

18 tesis sobre Marxismo y liberación animal

Introducción

El Marxismo y la liberación de los animales son dos cosas que, a primera vista, no parecen tener mucho en común. El primero no se ha distinguido particularmente por su defensa de los animales, ni tampoco los defensores de los animales son conocidos por participar en la causa de la liberación de la clase obrera y en la construcción de una sociedad socialista.

Todo lo contrario: el Marxismo Clásico tiene poco atractivo para quienes son activistas de los derechos de los animales, activistas predominantemente autonomistas y anarquistas; se considera una teoría excesivamente simplificada y una ideología autoritaria que se ha vuelto obsoleta con el fin del socialismo realmente existente. Aunque la crítica al capitalismo y el vocabulario del movimiento obrero (“camarada”, “clase”) están recobrando popularidad entre la izquierda radical, no se sabe muy bien qué hacer con los marxistas tradicionales. Los marxistas son considerados como personas que odian notoriamente a los animales y sólo hablan de economía, y que a menudo son indistinguibles de los filisteos pequeño-burgueses que no quieren renunciar a sus salchichas a la parrilla.

Los marxistas, a su vez, tampoco les tienen gran aprecio a los activistas de la liberación animal: a menudo son vistos como extraños ascetas y moralistas burgueses que se dedican a causas insignificantes en lugar de centrarse en las cuestiones realmente importantes. Se espera que participen en acciones y alianzas para la lucha de clases, pero que dejen su “manía animal” en la puerta. Muchos camaradas estallan en sudor frío cuando consideran una sociedad en la que tanto los humanos como los animales se liberan de la explotación y la opresión, debido a que esto significaría renunciar a su carne y a su queso. E igual: Friedrich Engels ya se burlaba de los “Herren Vegetarianer” que subestimaban la importancia del consumo de carne en la historia de la civilización humana, y quienes eran, en el mejor de los casos, socialistas utópicos.

No obstante, rechazamos esta oposición y creemos que el análisis materialista histórico y la crítica de la sociedad desarrollada por Karl Marx y Friedrich Engels, la acción política que de ella se desprende y el llamado a liberar a los animales de su sufrimiento producido socialmente, son cuestiones que están necesariamente articuladas. Por un lado, los llamados por la liberación animal son, en efecto, moralistas si no analizan las condiciones históricamente específicas en las que se produce la explotación de los animales y, a su vez, los cambios sociales que son necesarios para ponerle fin. Por otra parte, sin embargo, toda crítica marxista de la sociedad permanece incompleta si no considera el hecho de que, para obtener beneficios, las clases dominantes en la historia de la lucha de clases no sólo han explotado a las clases oprimidas, sino también y siempre a los animales (y a la naturaleza).

La explotación de los trabajadores asalariados, por un lado, y la de los animales, por otro, pueden tener diferencias cualitativas en la forma en que se han desarrollado históricamente, y su relación con los medios de producción también sigue siendo diferente hoy en día. Sin embargo, a pesar de todas las diferencias, la clase obrera y los animales tienen una historia común: ambos han enfrentado a la clase dominante de forma antagónica como seres sufrientes, humillados, oprimidos y abandonados. Los primeros como sujetos, los segundos como objetos de liberación. Por lo tanto, argumentamos: la idea de la liberación animal es inconsistente cuando repudia la crítica materialista histórica de la sociedad. Al mismo tiempo, el marxismo es igualmente inconsistente cuando se niega a reconocer que hoy en día la liberación de los animales debe ser parte integral de la teoría y de la política marxista contemporánea. En primer lugar, la etapa actual de desarrollo de las fuerzas productivas no sólo hace posible dicha liberación, sino que, en efecto, la hace necesaria. En segundo lugar, quienes aspiren a crear un mundo sin explotación, dominación y sufrimiento socialmente producidos y objetivamente evitables, deben reconocer también el sufrimiento de los animales y luchar por su abolición. Enfoques aislados encaminados a unir el Marxismo y la liberación animal ya han ocurrido en la historia de la izquierda y del movimiento obrero. Pero hasta la fecha no han sido ampliamente aceptados. Las siguientes tesis explican por qué Marxistas y animalistas no deben ser obligados a un “matrimonio” forzado sino que, más bien, sus luchas se articulan por un vínculo que les es intrínseco.

Por qué el antiespecismo debe ser Marxista

I.

La sociedad capitalista moderna reconoce a los animales solamente como a) portadores materiales de valor y como medios de producción del capital, y b) como medios de trabajo y sujetos de trabajo que son suministrados por la naturaleza de manera gratuita, siempre y cuando no se emplee trabajo humano para ello.
Los directivos de la industria cárnica, el núcleo del complejo de explotación animal, obtienen miles de millones con el asesinato de animales. Solamente en Alemania se llegan a registrar hasta 40 mil millones de euros de facturación al año por la matanza de más de 60 millones de cerdos, 3 millones y medio de vacas, y 700 millones de pollos, patos y gansos. En Suiza, el volumen de ventas asciende a 10 mil millones de francos suizos. En circos y zoológicos, los animales “exóticos” son mantenidos en condiciones atroces para que realicen actuaciones insoportables y brutales. Durante las temporadas de caza, los animales son asesinados por el mero entretenimiento de cazadores, en su mayoría pertenecientes a la clase acomodada. En experimentación, los animales son empleados como objetos de investigación y trabajo, mientras que la industria de las mascotas les obliga a sobre-reproducirse y les vende como juguetes. Todas estas condiciones son terribles y brutales, y cualquier persona que sea testigo de ellas y que no esté absolutamente alienada con su entorno experimenta como mínimo una cierta empatía con los seres sintientes que está viendo sufrir.

Por ende, el compromiso con el fin de la explotación animal suele comenzar con el sentimiento de consternación que produce el asesinato en masa de los animales y con su correspondiente degradación ideológica. Este compromiso también puede darse con un impulso de solidaridad que busca explicar este sistema explotador y, a la vez, encontrar alguna manera de abolirlo. La empatía con el sufrimiento animal lleva a una reflexión teórica sobre la relación entre humanos y animales, y prende la chispa para participar en la lucha por la liberación animal. Pero ¿cómo se manifiesta esta chispa en la práctica? Veamos la teoría y la práctica del movimiento de liberación animal actual.

II.

En pocas palabras, y de alguna manera simplificada, el movimiento germanoparlante actual en torno a los derechos animales y la liberación animal está dominado por una corriente político-teórica que el filósofo marxista Marco Maurizi describe como “antiespecisimo metafísico”. Este antiespecismo está compuesto de tres escuelas de pensamiento principales:

  • Filosofía moral burguesa, en las líneas de pensamiento de Peter Singer, Richard Ryder, Tom Regan, Hilal Sezgi y otras.
  • Crítica legal liberal, cuya figura principal ha sido durante mucho tiempo Gary Francione. Otras autoras, como Will Kymlicka y Sue Donaldson, se han unido recientemente a esta tradición.
  • Antiautoritarismo posestructuralista liberal de izquierda, basado en el pensamiento de Carol J. Adams, Donna Haraway, Birgit-Mütherich, Jacques Derrida y otras.

La filosofía moral antiespecista burguesa es la corriente predominante en una serie de organizaciones e iniciativas, como las de PETA, que plantean demandas políticas para los derechos y el bienestar animal y apelan a las personas consumidoras, las instituciones públicas y privadas por medio de peticiones, lobbies, campañas, consultorías con expertos en la materia, etc.

Los críticos legales liberales establecen un puente teórico y político entre la filosofía moral y el antiautoritarismo. Dependiendo de la interpretación que hagan, y las afinidades hacia cualquiera de estas dos corrientes, se inclinan más hacia una o hacia la otra. Esto explica hasta cierto punto el acuerdo general entre las corrientes del bienestar animal, de los derechos animales y de liberación animal en torno a la cuestión de que los derechos animales son, ciertamente, un objetivo a cumplir.

La corriente antiespecista, antiautoritaria, posestructuralista, liberal de izquierda se presenta políticamente como la izquierda extraparlamentaria inspirada por el autonomismo y el anarquismo. El antiespecismo autonomista representa el núcleo de la corriente abolicionista dentro de los movimientos de los derechos animales y de liberación animal.

III.

La filosofía moral antiespecista burguesa trata la cuestión de porqué el sufrimiento de los animales se considera diferente al sufrimiento de los seres humanos, o, para ser más precisos, por qué tales diferencias proporcionan una base moral para la acción.

Con esto en mente, esta corriente examina las justificaciones comunes que se utilizan para el asesinato y el uso indiscriminado de animales — por ejemplo, que los animales no razonan y carecen de habilidades cognitivas, o que el sufrimiento animal es diferente y menos grave que el de los seres humanos, etc. A la vez, revela las contradicciones inherentes que tienen las justificaciones que defienden el asesinato y el uso indiscriminado de animales, al señalar, por ejemplo, que no todos los animales carecen de habilidades cognitivas y que no todas las personas (de todas las edades, etc.) son igualmente capaces de llevarlas a cabo. Incluso, dentro del colectivo humano, las formas de sufrimiento son tan diferentes que difícilmente podríamos hablar de un sufrimiento humano universal, opuesto a un sufrimiento animal universal. Como consecuencia de estas inconsistencias argumentativas, las personas que abogan por una filosofía moral antiespecista mantienen que no hay razones justificadas para hacer distinciones morales significativas entre los sufrimientos de animales humanos y no humanos. En este sentido, se preguntan por qué estas distinciones todavía se sostienen en la práctica. Su respuesta es que la sociedad humana está permeada por el especismo, es decir, por la premisa ideológica de que la especie humana es superior. Este argumento consiste en que, tal como el racismo y el sexismo, el especismo establece límites normativos que no pueden ser justificados y por lo tanto carecen de un fundamento real. De acuerdo con Singer, el especismo —definido como “un prejuicio o una actitud sesgada a favor de los intereses de los miembros de nuestra propia especie y en contra de los miembros de otras” [1] — es la base de la discriminación hacia los animales.

Uno de los méritos que tiene esta filosofía moral es confrontar a la ideología especista con sus propios argumentos, los cuales se hacen difíciles de sostener. Sin embargo, la filosofía moral antiespecista burguesa tiene varios problemas en sí misma: estrictamente hablando, no explica por qué los animales son explotados y por qué son objetos de valoración económica; en su lugar, explica cómo el trato diferenciado hacia animales y humanos se legitima y se vela bajo las actuales circunstancias sociales. Esta es una distinción importante y vale la pena enfatizarla. La filosofía moral burguesa, claramente, nos puede decir qué forma de pensamiento justifica que los humanos no sean asesinados en mataderos y por qué en el caso de los animales esta matanza no es eliminada; sin embargo, no puede contribuir en la explicación frente al origen y a la función de la explotación animal o, de una manera más precisa, no puede explicar al matadero como un negocio industrializado y mucho menos por qué los animales son asesinados en este espacio. En lugar de ello, reduce todas estas preguntas a actos individuales y abstractos, a percepciones y prácticas que son abordadas de una manera completamente aislada del funcionamiento de la sociedad capitalista. Además, esta filosofía moral es ahistórica: su preocupación principal es la ideología especista de la sociedad burguesa aquí y ahora. En esta medida, su interés en la historia de las relaciones entre animales y humanos se da solamente en términos de la historia de esta ideología, y por esta razón no nos puede decir nada sobre el origen social y la génesis de la ideología especista.

IV.

La teoría liberal sobre derechos animales intenta, principalmente, explicar por qué los animales, en contraste con los humanos, no tienen libertades civiles, y por qué son tratados como objetos y no como sujetos ante la ley. Su respuesta es esencialmente tautológica: porque los animales son definidos en la ley como propiedades. Siguiendo este argumento, ya que los animales están normativamente determinados como propiedades humanas, cada conflicto de intereses serio entre especies lleva al fracaso de los animales no humanos. El estatus de los animales como propiedades prepara el terreno para la explotación institucionalizada de los animales. Dependiendo de la respectiva lectura político-científica, el problema es la ausencia de derechos básicos positivos o negativos, análogos a los derechos humanos. Las personas que abogan por esta teoría concluyen que la ley actual está basada en un prejuicio moral que privilegia a los humanos sobre los animales, tal y como los blancos fueron favorecidas en detrimento de los esclavos negros. Así, la teoría del derecho excluye, por definición, a los animales de ser sujetos de derecho.

La crítica al hecho jurídico de que los animales son legalmente considerados “cosas” y/o “propiedades” de persona naturales o legales no ha perdido ninguna validez. Sin embargo, ni las normas legales ni la teoría del derecho explican por sí mismas la explotación animal. Los animales no son propiedades privadas simplemente porque lo diga la ley o porque los juristas lo den por hecho. La propiedad privada (de los medios de producción) es constitucional porque el derecho es la expresión legal de las relaciones burguesas de producción e intercambio. En el curso de la lucha de clases, la clase dominante ha degradado la naturaleza, en general, y a los animales, en particular, a ser medios de producción disponibles para sus intereses de clase. Ha asegurado tal relación jurídicamente y la ha estipulado como un principio jurídico aplicable universalmente. Por esta razón, es legal que loshombres” traten a los animales como propiedades. Las normas legales permiten la explotación de los animales porque son burguesas, no solamente porque son especistas.

Sin embargo, han existido momentos en los que los/las teóricas sobre los derechos animales también han contribuido a enfocar la perspectiva analítica más allá de las mistificaciones legales y antiespecistas que son inherentes a sus posiciones. En particular, entre los éxitos irrevocables de la crítica legal antiespecista está el hecho de que ha puesto de relieve la forma en la que el statu quo jurídico garantiza, a nivel económico, una explotación de los animales más eficiente y, a la vez, la manera en la que fomenta la conformidad política necesaria por parte de la sociedad civil —es decir, que en realidad las leyes existentes sobre el bienestar animal aseguran, en lugar de evitar, la explotación y la opresión de los animales.

Pese a todo, lo que resulta más significativo es el hecho de que la teoría sobre derechos animales está subyugada a las ilusiones burguesas sobre el Estado y la ley. Los teóricos sobre derechos animales rompen la conexión existente entre la economía capitalista, por un lado, y la forma del Estado burgués y su ordenación legal, por el otro. Incluso presentan a este Estado como un referente positivo para las políticas progresistas. Por supuesto que es legítimo, en la medida en que sea posible, usar las instituciones y leyes federales como herramientas para luchar contra la industria de explotación animal. Sin embargo, la demanda que apunta a reconocer a los animales como ciudadanos o en sujetos de derechos es de naturaleza ideológica. Esto es especialmente cierto si tenemos en cuenta que, incluso entre los seres humanos, el Estado y la ley no garantizan la libertad, la igualdad y la fraternidad, sino que, más bien, las perjudican.

**V.**La crítica posestructuralista-antiautoritaria-antiespecista del poder funciona en gran medida como la filosofía moral burguesa, pero radicaliza la consideración ética de la relación entre humanos y animales. Principalmente, esta postura se pregunta por cómo se ha introducido el animal como un constructo social y sostiene que este constructo es reproducido continuamente a través de publicaciones religiosas, literarias o periodísticas, así como otros textos provenientes de las ciencias naturales y sociales —desde la Biblia, Descartes o Kant. El especismo, según esta corriente, es el resultado de una construcción dualista entre sociedad y naturaleza, “el gran discurso occidental” [2] (Coetzee) de lo humano y lo animal. Quienes abogan por esta corriente señalan que las características que han sido de alguna manera beneficiosas para el progreso de la civilización —razón, ciencia, voluntad, racionalidad, etc.— se han asociado a la sociedad, mientras que la naturaleza se ha identificado con todo aquello que ha sido desbancado y abandonado en dicho progreso —ya sea la espiritualidad, los instintos, la afectividad, la magia, etc. De acuerdo con esta corriente, este dualismo también se reproduce dentro de la relación entre humanos y animales: los humanos son construidos como sujetos capaces de razonar y analizar, y son posicionados por encima de los animales, quienes son construidos como criaturas incapaces de razonar, y cuya naturaleza se mueve por los impulsos, los instintos y los afectos. Este dualismo es la base a partir de la cual la crítica posestructuralista-antiautoritaria-antiespecista del poder explica la dominación política de los humanos sobre los animales, el control de los primeros sobre les segundes y, a la vez, la exclusión de los animales de la democracia.

En su proceder, esta perspectiva se diferencia poco de las posturas del feminismo y del anti-racismo antiautoritario, los cuales examinan las formas del sexismo y el racismo de manera similar. De acuerdo con esta perspectiva, el sexismo existe porque la mujer es construida como una criatura emocional impulsada por afectos y que, además, requiere protección, mientras que el “hombre” es construido como un ser racional, con la mente fría, fuerte y capaz de hacerse cargo de sí mismo; la raíz del racismo, por su parte, es la construcción del Otro, por ejemplo las pueblos y religiones degradadas como primitivas en contraste con las naciones Europeas “superiores”.

La radicalidad de la crítica posestructuralista-antiautoritaria-antiespecista del poder reside en a) mostrar el dualismo que subyace a la ideología especista, b) denunciarlo como un instrumento de dominación política y, c) rechazar la consideración de que existe una lucha contra una ideología que es una lucha más importante que otras. Por este motivo, esta crítica se opone a la explotación animal con la misma convicción con la que se opone al sexismo, al racismo, la homofobia y otros mecanismos sociales de exclusión que contradicen cualquier promesa de emancipación burguesa. Esta es también la razón por la cual la idea de la unidad de opresiones —conocida en su forma actual como interseccionalidad o liberación total— es tan popular entre sus defensores.

En términos puramente analíticos, muchas de las observaciones de la crítica posestructuralista-antiautoritaria-antiespecista son correctas. El problema es que proporcionan meras descripciones del discurso dominante acerca de las relaciones entre humanos y animales, así como de otras formas de opresión, pero no ofrece explicaciones que logren ahondar en por qué la relación humano/animal tiene la forma que tiene, y por qué el discurso antiespecista es el que predomina. El posestructuralismo-antiautoritario-antiespecista puede dilucidar el carácter del dualismo entre humano y animal dentro de la ideología burguesa, esto es, puede desentrañar cómo este dualismo está presente como una forma ideológica del pensamiento en los discursos; sin embargo, no puede determinar el origen o la función de esta ideología. No ofrece explicación alguna sobre cómo exactamente se ha creado el dualismo ideológico entre humano/animal, y cómo está mediado. Cada vez que posestructuralistas-antiautoritarios-antiespecistas aluden a este punto, su análisis se vuelve inconsistente. Por esta razón, se quedan en lo determinar el origen o la función de esta ideología. No ofrece explicación alguna sobre cómo exactamente se ha creado el dualismo ideológico entre humano/animal, y cómo está mediado. Cada vez que posestructuralistas-antiautoritarios-antiespecistas aluden a este punto, su análisis se vuelve inconsistente. Por esta razón, se quedan en lo fenomenológico, lo puramente formal y, sobre todo, lo idealista, ya que consideran el mero pensamiento como el motor de la historia. Yendo más allá: la perspectiva de la unión de opresiones confunde la cuestión de la interrelación cualitativa entre diferentes tipos de opresión, y su respectivo origen, con su evaluación político-normativa. En última instancia, solo es capaz de emitir explicaciones de patrón tautológico: el especismo surge del discurso especista. Las teorías sobre el materialismo histórico son mayoritariamente tabú. La cuestión de la correlación interna y funcional entre las relaciones de producción burguesas y la ideología racista, por ejemplo, se confunde con la cuestión acerca de si el capitalismo como modo de opresión es normativamente peor que el racismo, o si es un asunto más importante - o viceversa. De este modo, el mero intento de análisis es rechazado.

VI.

Podemos, por tanto, establecer que tanto la filosofía moral antiespecista, y su versión más radical, el posestructuralismo-antiautoritario-antiespecista, como la crítica legal liberal no nos proporcionan explicaciones útiles en torno a la explotación de los animales y su ocultamiento ideológico. Pueden describir la ideología especista y sus normas legales en detalle, determinar los paralelismos y los puntos en común con otras ideologías y normas estructuradas de manera similar, así como poner de relieve las contradicciones internas de estas ideologías y leyes. Y, sin embargo, no pueden decirnos cómo apareció esta ideología sobre los animales o cómo emergió su estatus como propiedades, ni tampoco por qué en una sociedad capitalista burguesa la explotación animal ha tomado su actual forma altamente tecnológica e industrializada. En resumen: no pueden ayudarnos a entender por qué, por el interés de quién, ni cómo, son exactamente explotados los animales dentro del capitalismo.

Tales deficiencias teóricas tienen consecuencias inmediatas para la práctica política: las tres perspectivas tratan exclusivamente el funcionamiento interno del razonamiento especista. En línea con esto, cada forma de explotación animal aparece como resultado de una conciencia especista. En consecuencia, la práctica política dirigida a la liberación animal es, antes que nada, una cuestión de pensamiento, moralidad y legalidad adecuadas. Para estas líneas de pensamiento, el círculo de amistades, el carnicero, el fabricante de salchichas, los laboratorios de experimentación animal y sus lobistas – todos ellos deben abandonar su pensamiento especista si se quiere alcanzar la liberación animal. La práctica social aquí es sobre todo una cuestión de conciencia social, la cual es entendida como la suma de todas las conciencias de sus individuos. La explotación y la liberación animal se reducen a problemas filosóficos, epistemológicos o, en el mejor de los casos, a un problema de teoría jurídica. La filosofía moral, la teoría del derecho o posestructuralismo-antiautoritario-antiespecista no explican realmente cómo aquellos que se aprovechan de la explotación animal tienen fuertes intereses en seguir perpetuando las formas actuales de explotación animal, y tampoco explican por qué tienen estos intereses.

VII.

Aquí es en donde entra en juego el marxismo. Los primeros escritos de Marx y Engels discuten la relación entre el ser y la conciencia, entre la naturaleza y la sociedad, y también entre humanos y animales. Marx y Engels se hacen preguntas acerca de la manera en la que las formas históricamente específicas de cognición y conciencia se relacionan con el modo en que se organiza la sociedad, en otras palabras, abordan la cuestión del elemento que media la relación entre ser y conciencia. Simplificada a grandes rasgos, su respuesta es la siguiente: a través del trabajo social en las relaciones de producción históricamente situadas, los seres humanos producen junto con su existencia material también su propia conciencia, así como las condiciones a partir de las cuales esta conciencia puede y debe cambiar. Es el trabajo social, la alteración activa de condiciones preexistentes, lo que moldea la naturaleza y la funcionalidad de la sociedad, mientras también, a la vez, crea las bases del entendimiento de ambas. Marx y Engels manifiestan lo siguiente: debemos prestar atención a lo que produce el supuesto dualismo entre ser y conciencia, entre sociedad y naturaleza, lo que media e influye entre ellos, lo que constituye la relación interna entre humanos, sociedad y naturaleza. Este elemento mediador es el trabajo social en sus respectivas formas históricamente específicas. Así, la contradicción entre sociedad, por un lado, y animales y naturaleza, por otro, no se desarrolla simplemente dentro de la mente humana: el capitalismo, como una forma históricamente específica de organizar el trabajo social, está produciendo esta contradicción constantemente: dentro del proceso de producción capitalista, los animales y la naturaleza se convierten, casi literalmente, en un mero recurso a explotar.

Este modo de entender la relación entre humanos, sociedad y naturaleza es el materialismo histórico. Se trata de una perspectiva materialista porque asume que la existencia social forma la base de la conciencia. Pero su materialismo es histórico, es decir, es una perspectiva que no considera la existencia como algo fijo e invariable, sino que, al contrario, entiende que esta existencia es producida socialmente por los propios seres humanos. También existe un materialismo ahistórico, del que Marx y Engels se distanciaron firmemente. La relación entre ser y conciencia no es determinista en el sentido de un simple esquematismo. Como lo enfatiza Engels: “[l]a situación económica es la base, pero los diversos factores de la superestructura – las formas políticas de lucha de clase y sus consecuencias, como las constituciones establecidas por la clase dominante tras la victoria, las formas legales y los reflejos de todas estas luchas en las mentes de quienes tomaron parte en ellas (teorías políticas, filosóficas y legales, visiones religiosas y su expansión en sistemas dogmáticos)— también tienen su influencia en el curso de las luchas históricas, cuya forma han determinado en muchos casos. Es la interacción de todos estos factores, y en medio de una interminable multitud de contingencias […] donde la tendencia económica se afirma a sí misma como algo inevitable” [3].

VIII.

Si queremos explicar, criticar y abolir la explotación animal, en lugar de tratar exclusivamente los patrones de su legitimación, debemos hacer uso de las herramientas del materialismo histórico.

En uno de sus textos más importantes para este esfuerzo, La ideología alemana, Marx y Engels muestran cómo los seres humanos a través de su trabajo se retiran paso a paso de la naturaleza, reprimiendo tanto su naturaleza interna como externa, cómo aprenden a usar la naturaleza y cómo los mismos seres humanos así producen una diferencia entre naturaleza y sociedad. Según este análisis, los seres humanos se producen y se domestican a sí mismos, y lo hacen aprendiendo a dominar su naturaleza externa e interna a través del trabajo. Marx y Engels destacan que, originalmente, los humanos eran animales y que lo siguen siendo. Sin embargo, a través del trabajo social, del desarrollo social de la producción-distribución y de la evolución sociohistórica, los seres humanos alcanzaron una diferencia gradual con respecto a otros animales. En palabras de Marx y Engels: “Podemos distinguir al ser humano de los animales por la conciencia, por la religión o por lo que se quiera. Pero el ser humano mismo se diferencia de los animales a partir del momento en que comienza a producir sus medios de vida, paso este que se halla condicionado por su organización corporal. Al producir sus medios de vida, el ser humano produce indirectamente su propia vida material.”. Al mismo tiempo, no se les ocurriría a Marx y Engels “negar a los animales la capacidad de actos sujetos a un plan, premeditados”, como escribe Engels en Dialéctica de la naturaleza, pero “la acción planificada de todos los animales, en su conjunto, no ha logrado estampar sobre la tierra el sello de su voluntad”. Los seres humanos, criaturas de la naturaleza que deben satisfacer sus necesidades naturales, como comer o beber, no se diferencian categóricamente sino gradualmente de los animales, y esta diferencia gradual es el resultado de su propia praxis político-económica social.

IX.

Por lo tanto, el materialismo histórico proporciona un enfoque fructífero para explicar la historia y el desarrollo de las relaciones entre humanos y animales: son el resultado de un proceso de civilización en el que los seres humanos han salido de la naturaleza a través del trabajo social y, por lo tanto, han producido su propia diferencia con los animales no humanos. A diferencia del antiespecismo posestructuralista, por ejemplo, el materialismo histórico no solo puede describir el dualismo entre humanos y animales, sino también explicarlo. Además, puede identificar el trabajo social como elemento a través del cual este dualismo se reproduce constantemente en la práctica. De ello se deduce que las percepciones ideológicas de los animales no son meras invenciones de la imaginación, sino que también son verdaderas, en la medida en que tienen un fundamento material real. Por lo tanto, el pensamiento especista sobre los animales no es la base de la explotación animal, sino más bien el reflejo ideológico de esta. Marco Maurizi aborda esta cuestión: “No explotamos a los animales porque les consideramos inferiores, sino que los consideramos inferiores porque los explotamos” [4]. Sin embargo, de esto también se deduce que es crucial determinar las formas históricamente específicas en las que esta relación está organizada. Después de todo, no existe un trabajo social universal que impulse el proceso de civilización; solo el trabajo social en formas de organización históricamente particulares.

X.

No solo las relaciones político-económicas de la sociedad capitalista actual, sino también sus relaciones previas han formado clases que se enfrentaran entre sí de forma antagónica. El conflicto entre las clases, que resulta de sus intereses opuestos, sigue siendo el motor de la historia hasta el día de hoy. En consecuencia, el Manifiesto del Partido Comunista dice: “La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases”.

Dentro de la sociedad de clases burguesa-capitalista contemporánea, la organización del trabajo social está basada en dos relaciones sociales: la organización del trabajo por medio del mercado —que presupone que el trabajo es una mercancía— y las relaciones de clase —trabajadores y capitalistas se enfrentan en el proceso de producción. Los capitalistas poseen los medios de producción (o el capital necesario para su adquisición), por lo que compran instrumentos de trabajo, sujetos de trabajo y mano de obra —ofrecida por los trabajadores asalariados que no tienen nada más que vender— y los utilizan en el proceso de producción. El producto vuelve a asumir la forma de la mercancía que se vende con fines de lucro. Sin embargo, este beneficio, cuya acumulación es la razón y el propósito de la producción capitalista, no cae del cielo. Solo se puede obtener explotando a los trabajadores: trabajan más allá del punto en que han producido un valor equivalente a su salario; por lo tanto, producen una plusvalía que no está a su disposición, sino a la de los capitalistas. Los capitalistas, escribe Marx en el tercer volumen de El Capital, construyen “una verdadera sociedad masónica frente a toda la clase obrera”.

Por lo tanto, dado que la sociedad capitalista incluye explotadores y explotados, no toda la especie humana explota a los animales. En cambio, la explotación de los animales y de los trabajadores asalariados se lleva a cabo, sobre todo, siguiendo los intereses y bajo la dirección de la clase dominante. Por supuesto, la explotación de los animales y la explotación de los trabajadores asalariados difieren cualitativamente, y estos últimos no actúan necesariamente en solidaridad con los animales solo porque también están siendo oprimidos y explotados. De hecho, son los trabajadores de los mataderos quienes matan a los animales. Pero las relaciones capitalistas de producción no solo están basadas en un antagonismo entre capitalistas y clase obrera, sino también entre la clase dominante y la naturaleza y los animales. La clase dominante organiza la explotación de los animales de forma industrial y se beneficia sustancialmente de ella. En consecuencia, como escribe Marx, “la naturaleza bajo el imperio de la propiedad y el dinero es el desprecio real, la degradación práctica de la naturaleza” [5]. Esto, por supuesto, incluye a los animales. Para responder a la pregunta de por qué no sólo los trabajadores son explotados bajo el capitalismo, sino también los animales –i bien de una manera cualitativamente diferente– hay que examinar la posición y la función que los animales heredan en esta forma de organización del trabajo social y, por lo tanto, la forma capitalista específica de explotación animal.

XI.

Los animales no participan inmediatamente en las relaciones sociales características del capitalismo como individuos activos: no compran ni venden nada en el mercado, ni siquiera su trabajo; cuando gastan su trabajo en el proceso de producción, no reciben un salario a cambio… Por consiguiente, los animales no producen plusvalía y no forman parte de la clase obrera. Su explotación corresponde a lo que Marx describe como explotación de la naturaleza: en virtud de los derechos de propiedad burgueses y del poder económico de que disponen, los capitalistas sacan provecho del decadente trato a los animales y la naturaleza. No se trata de una explotación en el sentido de la teoría del valor-trabajo, pero Marx tampoco limita la noción de explotación a la producción de plusvalía y ciertamente no concluye que los esclavos no son explotados de la observación de que tampoco producen plusvalía.

Como no pueden resistirse de manera organizada, los animales son apropiados, al igual que otros materiales naturales, como medios de producción libremente disponibles, es decir, como instrumentos de trabajo (como máquinas para la producción de huevos, leche, carne, etc.) y sujetos de trabajo (cuero, carne para su procesamiento posterior, etc.). En la práctica, los trabajadores asalariados realizan dicha apropiación, a menudo de forma violenta. Ejecutan, bajo el mando del capital, una producción de plusvalía, que en la industria animal abarca la matanza y el ordeño, así como la realización de vivisecciones y otras actividades similares. Los productos animales o derivados de ellos son procesados por trabajadores asalariados y, finalmente, vendidos como mercancías. Por lo tanto, la producción de beneficios no solo se basa en la explotación de los trabajadores asalariados, sino también en la de los animales en particular y en la de la naturaleza en general. Con el propósito de maximizar las ganancias que se obtienen a través de la explotación de los animales, los capitalistas se esfuerzan por integrar a los animales en el proceso de producción de la manera más eficiente posible, lo que implica abstraerlos de sus cualidades, entre las que se encuentra su capacidad de sufrir.

XII.

De todo esto se deduce que solo un antiespecismo materialista histórico es capaz de explicar y de analizar integralmente las relaciones humano-animales; al examinarlas más de cerca, se revelan como relaciones de explotación y dominación entre el capital, por un lado, y el proletariado, los animales y la naturaleza, por otro. El materialismo histórico le abre nuevas perspectivas al antiespecismo para el análisis y para la crítica de la sociedad de clases burguesa e identifica áreas en las que el orden capitalista se muestra vulnerable y que necesitan ser atacadas para liberar a los animales de la explotación. En efecto, de la crítica de la economía política no se puede concluir que los animales serían liberados automáticamente dentro de una sociedad socialista o comunista. Sin embargo, la lucha contra el dominio del capital y su expropiación son condiciones previas necesarias para que pueda tomarse colectivamente la decisión: ¡liberaremos a los animales! Mientras persista la relación del capital y, con ella, el control de la clase dominante sobre lo que se produce, cómo y por qué medios, el capital se apropiará e incorporará en el proceso de valorización todo aquello que no se puede salvar o que no puede luchar contra esta apropiación.

Por qué el Marxismo debe ser antiespecista

XIII.

Para los marxistas, mucho de lo que se ha dicho hasta ahora no es nuevo. El materialismo histórico y la crítica marxista de la economía política son, después de todo, el principio rector de sus análisis económicos y políticos. Por lo tanto, podrían encogerse de hombros y decirles a les liberadores de animales: “Bien visto. Ahora, dejen de moralizar y comiencen a luchar contra el capitalismo con nosotros”. ¡Y tendrían buenas razones para ello!
Sin embargo, pensamos: si uno se toma en serio el materialismo histórico, debe reconocer que humanos y animales no solo comparten historia; sobre todo, las clases oprimidos y explotados y los animales tienen el mismo enemigo, que se beneficia de su explotación y es responsable de ella, al tiempo que organiza —de diferentes maneras— su opresión: la clase dominante. Además, les marxistas deben reconocer que, debido a sus efectos sociales y ecológicos perjudiciales, el alcance actual de la producción animal es objetivamente irracional y obstruye el progreso social.

XIV.

El nivel actual de desarrollo de las fuerzas productivas no solo nos permite pensar en resolver el sufrimiento social de los animales y plantear la cuestión de incluirlos en la lucha por la liberación. Una mirada a la huella de carbono de la industria cárnica o a su consumo irracional de recursos naturales también pone de manifiesto la urgente necesidad de desarrollar una posición marxista sobre el trato social con los animales. En la actualidad, la contradicción entre capitalismo y naturaleza ha alcanzado una escala tal que amenaza la supervivencia de la especie humana, y la producción animal industrializada contribuye de manera significativa a esta amenaza.
Hoy en día, la explotación animal no solo es objetivamente innecesaria, sino irracional y contraproducente, pues provoca un consumo excesivo y creciente de recursos como el agua y la soja, que no se utilizan para fines significativos, sino para la producción de carne, leche y huevos, y que no se distribuyen de forma racional. Los daños ecológicos causados por la tala de bosques tropicales, los monocultivos o la contaminación del agua ya son parcialmente irreversibles. Por lo tanto, quienquiera que crea poder ignorar la producción de carne o incluso transponerla a una operación socialista es engañado por la imagen ingenua y romántica de la producción industrializada de alimentos que los lobbies capitalistas están promoviendo. En cambio, la conversión de la industria alimentaria y cárnica en una industria ecológicamente sostenible, vegana y socialmente planificada sería una demanda socialista oportuna.

Es bien sabido que la utilización y el consumo de animales tienen un papel importante en la historia de la civilización humana. Sin embargo, esto no justifica que la tendencia haya persistido hasta la actualidad: las fuerzas productivas actuales no solo permiten la simpatía por el sufrimiento de los animales, sino que también hacen posible y necesario reestructurar las relaciones de producción. Del mismo modo, como pretendemos demostrar mediante las presentes tesis, los marxistas no tienen motivos razonables para no hacerlo.
El hecho de que el potencial tecnológico del capitalismo desarrollado permita el progreso histórico no debe ocultar el hecho de que también permite destrucción a gran escala: comprende la posibilidad de la liberación y, al mismo tiempo, la reificación total, el desprecio y la aniquilación de la vida. Para que las fuerzas productivas modernas dejen de ser fuerzas destructivas y empiecen a convertirse en medios para el desarrollo del progreso y el bienestar, aquellos que tienen un interés mutuo en ello deben unir sus fuerzas y cambiar las relaciones sociales; de esta forma, las fuerzas productivas ya no se desplegarían en beneficio de unos pocos, sino que se desarrollarían y aplicarían en beneficio de todos. Por tanto, proponemos que los marxistas y les liberadores de animales unan fuerzas en su lucha por un proyecto revolucionario y verdaderamente civilizador: la liberación de los seres humanos, los animales y la naturaleza.

XV.

En contraste con las concepciones idealistas de la historia, los materialistas históricos asumen que la lucha de clase, y no las ideas, son el motor de la historia humana. Esta lucha se basa en el hecho de que, en las sociedades de clases, los intereses de las clases antagónicas nunca pueden reconciliarse. Este antagonismo solo puede disfrazarse o, más bien, mantenerse latente por medio de mecanismos ideológicos, religiosos, políticos, legislativos… Y la clase dominante se esfuerza por asegurar que esto suceda, y lo hace imponiendo sus ideas como las ideas dominantes.

Así como hay diferencias cualitativas en las funciones de los animales y los trabajadores asalariados dentro del proceso de producción y explotación, el papel que los animales heredan en la lucha contra la clase dominante también es diferente al de los trabajadores asalariados. Estos pueden organizarse para defenderse, planear huelgas y manifestaciones o pensar en una sociedad liberada, pero, sobre todo, en contradicción con los animales, pueden analizar las condiciones sociales en las que están siendo explotados y dominados y, en consecuencia, establecer medidas concretas para organizar su propia liberación. Mientras que la clase obrera puede ser sujeto de su propia liberación, los animales, en cambio, solo pueden ser objeto de liberación.
Cuando se aborda la cuestión de la liberación animal, los marxistas tradicionales suelen mencionar esta diferencia entre los trabajadores asalariados y los animales. Sostienen que no se puede deducir ninguna necesidad histórica para la liberación de los animales a partir de un análisis social reflejado sistemáticamente. Esto es correcto: cuando se trata de su implementación, la liberación animal es esencialmente una cuestión político-económica y su necesidad no se puede deducir inmediatamente de un análisis del capital. Sin embargo, a este respecto, la cuestión de la abolición de la esclavitud salarial no es muy diferente. La lucha de clases organizada desde abajo como necesidad histórica no puede deducirse del análisis de las relaciones de capital y de la comprensión de que la lucha de clases es la fuerza motriz de la historia; solo existe cuando los trabajadores asalariados deciden asumirlo políticamente.

Los marxistas revolucionarios no solo analizan el modo de producción moderno, sino que también toman la decisión política de luchar contra su subyugación al capital basándose en sus propias experiencias, su sufrimiento, su conciencia de que actúan bajo una explotación capitalista y su conocimiento de “las condiciones materiales de producción, que son la única base real para una forma superior de sociedad cuyo principio fundamental es el desarrollo pleno y libre de todos los individuos”, en palabras de Marx [6].

Quien haya aceptado que la liberación es absolutamente necesaria para acabar con el sufrimiento y la explotación producidos socialmente no tiene otra razón —que no sea ideológica— para excluir a los animales de este esfuerzo. El análisis de las relaciones de capital como relaciones centrales de explotación y dominación en la sociedad actual muestra que la producción de ganancias capitalistas no se basa únicamente en la explotación de los trabajadores asalariados, sino también en la explotación de los animales (y de la naturaleza en general). La producción capitalista, en la que la interacción entre la sociedad y la naturaleza se organiza para maximizar los beneficios, agota simultáneamente las fuentes originales de toda la riqueza: la tierra y el trabajo (Marx). Una lucha inflexible por la abolición de esta relación debe incluir, por lo tanto, la lucha por la liberación de los animales y de la naturaleza.

XVI.

Por lo tanto, una vez que uno ha decidido luchar por la liberación, no hay razón alguna por la que se pretenda acabar con el sufrimiento social excluyendo, al mismo tiempo, a los animales (según algunos marxistas, así ocurre incluso en el comunismo). De hecho, a pesar de todas las diferencias cualitativas en la explotación de los trabajadores asalariados y de los animales, tanto los seres humanos como los animales tienen la capacidad de sufrir, aunque este sufrimiento adopte formas diferentes. Sería incoherente y producto de una falsa conciencia establecer una distinción clara y absoluta entre humanos y animales en lo que se refiere a esta capacidad, puesto que se ha establecido de común acuerdo, a pesar de las diferencias graduales que se han desarrollado sociohistóricamente.

En este sentido, muchos camaradas marxistas objetan que hablar de sufrimiento constituye moralismo y que la moral no puede proporcionar la base para una política anticapitalista consciente de clase. Después de todo, no se puede luchar contra la burguesía con empatía o con simpatía, sino con una organización y una línea política deliberada desarrollada sobre la base de un análisis concreto de la situación concreta. Y esto es correcto, pero, aun así, cometen dos errores: juzgan mal el significado materialista histórico del sufrimiento y confunden la existencia genuina de la moralidad con el moralismo burgués.

El sufrimiento sobre el que estamos escribiendo aquí no es una categoría idealista, sino una categoría materialista histórica. No se trata de la enfermedad del amor o del dolor de muelas, sino del sufrimiento que se basa necesariamente en la organización de la sociedad y en sus relaciones de producción, por lo que debe ser aliviado y abolido. La voluntad de hacer precisamente esto es una propulsión esencial de la lucha de clases y la solidaridad; es parte integrante de la chispa del materialismo histórico. Descuidar el sufrimiento en la teoría marxista significa, en consecuencia, negar un elemento importante de su fundamento.

Incluso la política, en el mejor sentido marxista, está inicialmente motivada por la moral. Como hemos demostrado, el sufrimiento de la esclavitud (salarial) y la explotación son catalizadores de la búsqueda de posibilidades para abolir el capitalismo. La comprensión de que la explotación, la opresión, el imperialismo, etc. es inherente al capitalismo o, en otras palabras, que genera las condiciones en las que sufrimos, hace que los marxistas analicen y critiquen la sociedad y que, sobre esta base, hagan política revolucionaria.

Por lo tanto, podemos establecer que los marxistas también se ven motivados por un impulso moral, esencial para la decisión de volverse políticamente activos, así como para promover mensajes políticos. Sin embargo, no se detienen ahí. Más bien, detectan las limitaciones políticas y económicas de la empatía y hacen de la experiencia del sufrimiento el punto de partida de un análisis materialista histórico de la sociedad. Así deducen la necesidad política de organizarse no exclusivamente a partir de la experiencia colectiva de sufrimiento de los explotados. La deducen más bien de la comprensión de la posición objetiva que ocupan los trabajadores asalariados en el tejido social y de cuales posibilidades esto incluye para la lucha de clases desde abajo.
Esta es la diferencia entre la moral y el moralismo: la moral revolucionaria entiende que “una moral realmente humana que esté por encima de las contraposiciones de clase, y por encima del recuerdo de ellas, no será posible sino en un estadio social que no solo haya superado la contraposición de clases, sino que la haya además olvidado para la práctica de la vida” (Engels) [7].

XVII.

Mientras no se supere el antagonismo de clase, también persistirá la alienación de los trabajadores de su producto de trabajo, de sí mismos, del proceso social de producción y de la naturaleza. En la industria animal, esta alienación debe ser extrema para que los trabajadores asalariados puedan dañar a las criaturas capaces de sufrir en el proceso de producción y para procesarlas industrialmente, es decir, para matarlas. Dentro de la explotación capitalista de los animales, perdemos la conciencia de que compartimos una comunidad esencial con los animales: que también nosotros poseemos un cuerpo tormentoso y, en última instancia, ser un ser humano también significa ser un animal. La supresión de la naturaleza interna de los seres humanos es, al mismo tiempo, tanto una condición como una consecuencia del modo capitalista de organizar el trabajo social.

XVIII.

Si tenemos en cuenta todo esto, no hay razón para no concluir que la indignación que experimentamos ante la brutalidad del capitalismo que nos lleva a un análisis marxista de la sociedad y a la resistencia es la misma que experimentan les liberadores de animales ante el sufrimiento de los animales. El enemigo de los animales —el capital— es también enemigo de los humanos. Como marxistas, como anticapitalistas, debemos convertir este impulso de solidaridad en combustible para la vida y entender la posición objetiva de los animales dentro del proceso capitalista de producción, reconociendo que constituyen criaturas oprimidas a cuya costa la clase dominante acumula su riqueza. La lucha de clases por la liberación de los animales es, en sí misma, la lucha por la liberación del proletariado.

[1] Traducción propria.
[2] Traducción propria.
[3] Marx & F. Engels, “Carta a Jose Bloch” En Königsberg (1895), en Obras Escogidas, Editorial Progreso, Moscú, 1974, t. III.
[4] Texto original (traducción propia): “We do not exploit animals because we deem them to be inferior, rather, we deem animals to be inferior because we exploit them.”
[5] Marx, K. (1843) “Sobre la cuestión judía”.
[6] Marx, K. (2013) El Capital, cap. 22, sec. 3.
[7] Engels, F. (2003) La revolución de la ciencia de Eugenio Dühring, sec. 1, ap. IX. Moscú: Instituto del Marxismo-Leninismo & Editorial Progreso.

Bibliografía

Marx & F. Engels, “Carta a Jose Bloch” En Königsberg (1895), en Obras Escogidas, Editorial Progreso, Moscú, 1974, t. III.
Marx, K. (1843) “Sobre la cuestión judía” (Die Judenfrage), Braunschweig.
Marx, K. (1995) El capital, México, FCE.
Engels, F. (2003) La revolución de la ciencia de Eugenio Dühring, sec. 1, ap. IX. Moscú: Instituto del Marxismo-Leninismo & Editorial Progreso.